viernes, 7 de diciembre de 2007


Mujer que te acercas a mí, no quieras saber cómo me llamo.
Para ti soy el Ángel sin Nombre: ni puedo decírtelo, ni podrías pronunciarlo.
Sabía que vendrías de abajo, estaba escrito que la ciudad te enviaría a mí, y te esperaba.
Con la ansiedad de la tierra, que en su pálpito de tinieblas aguarda la claridad salvadora del sol, así te he esperado.
Y ahora que estás aquí, no te conozco.
Busco acercarme a ti, estiro la mano para tocarte.
Pero tu piel es llama y me quema, no sé resistir el dolor intensísimo del contacto.
No me hables, no me mires.
Tus palabras me aturden y tu mirada se clava, intolerable, en mis ojos.
Pero no te alejes.
Mucha cercanía me asfixia, mucha distancia me mata.
Veo tu pelo ondular al otro lado del cristal, la maraña de tu pelo que flota y que llena tu lado del espacio.
Me aterra tu cuerpo incomprensible, huyo de tus manos que quieren agarrarme, pero la niebla rubia de tu pelo me llama, bondadosa, me invita a salir del frío y a hundirme en la música de su fiesta amarilla.
N
o me asusta tu pelo porque es excrecencia, ya salió de ti y no te pertenece, me acompaña pero no me atrapa, me roza pero no me quema.
Toco tu pelo y no siento dolor.
No insistas en saber cómo me llamo.
Tal vez no tengo nombre, y si lo tengo es múltiple, y mutante.
Mi nombre, mis nombres: huidizos, equívocos, cargados de resonancias.
No hay en tu mundo oídos que perciban su frecuencia, ni tímpanos que no revienten con su eco.
No quieras hablarme: tus palabras son ruido.
Llegan a mí fragmentadas, son trozos afilados de un vidrio roto.
Me lastiman haciéndome sangrar, y nada me dicen.
No intentes quererme: tu amor me destruye.
No pretendas que te quiera: no soy de aquí, no estoy aquí, trato de llegar y no puedo.
Me atormenta tu presencia: pesa demasiado.
Tu peso quiebra mis alas y desata mis miedos.
Tu pelo, en cambio, me recibe alegre, y en él anido.
Sus hebras solares me hacen cosquillas, me hacen reír.
No te alejes.
No me toques, no te acerques tanto, pero no te vayas.
Ten conmigo infinita paciencia, porque infinito es el número de los días que te esperé.
Acógeme en tu pelo que es manto de lana, estampida de ovejas por praderas de luz.
Rescátame de la existencia ambigua, de la confusión del aire.
Limpia esta sustancia turbia, hecha de lejanía y silencio, que se adhiere a mis sentidos y los nubla, que penetra en mis entrañas y me ahoga.
Que sea el manantial tibio de tu pelo el que me arrope, y no las sombras.

L. Restrepo

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