lunes, 2 de noviembre de 2009
Acariciame ;D
Los estímulos positivos, es decir las caricias que recibimos de los demás, son determinantes en nuestra evolución como personas. Cuanto más toque, acogimiento, abrazos y contacto físico nos prodigan en la infancia, menos neurosis, dependencias y soledades experimentamos cuando somos adultos.
Al abrazar se liberan los sentimientos y se comparten, se involucra una gran parte del cuerpo y las personas se envuelven mutuamente, dejando en segundo plano los pensamientos, para disfrutar de esa manifestación de confianza, afecto y entrega.
Haciendo un símil con las aves puede decirse que las personas que han estar muy acogidas en su nido familiar, recibiendo calor, comida y cuidados, después no tienen miedo de lanzarse al vacío y comienzan a volar con confianza.
Los expertos aconsejan entrenarse en el “te toco, me tocas”. Se trata de lanzarse a pedir y brindar el contacto físico, para así recibirlo. Abrazar a nuestra gente. En lugar de decirles “hola, ¿qué tal?”, hay que tomar su mano y darle un apretón, mientras se la mira a los ojos.
Quienes durante sus primeros años de vida no han recibido caricias de sus padres son más propensos a tener dificultades para dar o recibir afecto, a mantener una postura corporal rígida y a ver limitada la expresión de su emotividad.
Son personas que cuando llegan a la adultez tienden a evitar el contacto físico con los demás, a verlo como algo inapropiado o incluso “sucio”. Tienden a ser personas distantes, “frías”. Personas que también tienen dificultad para sentirse queridas y aceptadas por quienes les rodean.
“Para crecer, desarrollarnos y sobrevivir, los seres humanos necesitamos del contacto con otros seres humanos, a través del afecto, la ternura, la caricia, la mirada, la palabra o los gestos. Devenimos personas gracias a la caricia, el cuidado, el afecto, la atención, la ternura, la compasión y la gratitud, que damos y recibimos”, señala Maite Artiaga, que imparte cursos de “Relaciones sanas y conscientes” y “Educación emocional”.
Algunas investigaciones, señala la experta, han demostrado que la falta de caricias, puede provocar en el bebé un retraso en su desarrollo psicológico y una degeneración física que incluso le lleve a la muerte a pesar de tener el alimento y la higiene necesarios para sobrevivir.
Cuando no recibimos una cantidad mínima de caricias entramos en un proceso de enfermedad. Y esto es válido a cualquier edad.
Los abrazos conscientes son uno de los mejores antídotos para sanarnos. “Al abrazar, se liberan los sentimientos y se comparten, se involucra una gran parte del cuerpo y las personas se envuelven mutuamente, dejando en segundo plano los pensamientos, para disfrutar de esa manifestación de confianza, afecto y entrega: en definitiva: amor”, según Artiaga.
Tocar y ser tocados es un arte que se aprende con la práctica. Cuanto más habitual resulte, mejor podremos distinguir el toque tierno y cariñoso del curativo, del consolador, del que nos transmite seguridad o de ese otro contacto de carácter abierta o provocativamente sexual.
Tocar y ser tocados es una necesidad física y emocional, cualquiera que sea nuestra edad. La rigidez facial, la ausencia de sonrisa, la hostilidad, la falta de apertura y espontaneidad podrían tener que ver con el denominado “hambre de piel”, según algunos expertos.
El ansia de contacto es un apetito emocional que necesita ser saciado, un deseo que debemos intentar satisfacer, para sentirnos bien, confiados y seguros, aunque siempre respetando al otro.
Si el respeto y el sentido de la medida acompañan a la caricia, el apretón de manos o el abrazo, difícilmente el destinatario se sentirá incómodo, invadido o confuso.
La mejor manera de expresar afecto, solidaridad, cercanía, cariño, es tocando al otro. Así le hacemos saber que nuestro cuerpo siente lo mismo que comunicamos con palabras o gestos.
Cuando una persona ha recibido poco contacto físico de pequeño o ha aprendido e incorporado en su escuela o en su familia modelos de escaso contacto corporal, cuando pasan los años sigue manteniendo ese patrón y se transforma en alguien a quien le cuesta tocar y que le toquen, abrazar y que le abracen, acariciar y que le acaricien.
“Suelen ser personas de tipo muy mental, y cuando aplican una técnica de exploración, estimulación o percepción corporal, de manera sostenida descubren un día que algo cambia y surge de ellos toda una dimensión vital de la que no tenían conciencia y comienzan a vivir más plenamente, en relación con ellos, el mundo y los demás”, señala la experta.
Para lograr esta trasformación, aconseja “entrenarse en el juego del ‘te toco, me tocas’. Se trata de lanzarse a pedir y brindar el contacto físico, para así recibirlo.
Si no tenemos pareja, podemos jugar en casa, con nosotros mismos: tocarnos y explorar nuestro cuerpo, acariciarnos, abrazarnos, masajearnos. Si tenemos pareja hemos de acercarnos más a ella en la cama, acogerla más, tocarla más, acariciarla más. Regalarle el calor de nuestro cuerpo y recibir el suyo. Dormir abrazado a ella.
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